Desde que el planeta tiene atmósfera el clima
ha variado, constantemente, al influjo de grandes eventos geológicos y la
evolución de la biósfera, en tierras y mares. Desde extremos donde la vida casi
se extinguió, hasta periodos benignos, favorables al desarrollo y la evolución
de las especies.
Ya con la presencia del hombre y desde hace
20.000 años, después de la última glaciación la situación ha sido favorable.
Con cambios mínimos, predecibles por las ciencias ambientales y por qué no, por
la experiencia y capacidad de observación de quienes viven en contacto intimo
con la tierra.
Las nuevas tecnologías, con sensores remotos,
hace más fácil la tarea predictiva. Vale recordar que los ingleses planearon el
ferrocarril libre de inundaciones, basados en la experiencia de los paisanos
Conocido es el caso de la influencia de las
corrientes marinas que, en nuestra región, con su variación Niña-Niño, explica
los periodos de sequía o inundaciones.
Este contrapunto, con sus consecuencias, el
hombre lo debe manejar con una estrategia común, que pasa por manejar
adecuadamente el uso de la tierra y las escorrentías, con las lógicas
diferencias entre lo rural y lo urbano.
En lo urbano es fundamental además de
adecuados desagües, no permitir construcciones en sitios inundables o
anegables, algo que no por obvio sigue sucediendo. Muchos de nuestros suelos
tienen un pésimo drenaje por napas o arcilla, lo que debería tenerse en cuenta
para los permisos de construcción
En lo rural, el objetivo debería apuntar a “cero
suelos desnudos", además de enlentecer la escorrentía, maximizando las
reservas con tajamares y represas y reducirla evitando labores en declive,
cominería imprudente y huelleado.
En nuestro país, además de buenas imágenes
remotas (fotos aéreas e imagen satelital), tenemos cartas de curvas de nivel y
de suelos, lo que, a nivel de una unidad de gestión, ayudan a la planificación
territorial. Esa unidad debería ser una cuenca, que es donde convergen los factores
naturales
Consideramos que las malas prácticas en el
uso de la tierra, al hacerlo por encima de su capacidad, explican mejor el
problema que la manida excusa del “cambio climático”.
Uno de los factores climáticos, importante y
poco considerado, es la erosividad de la lluvia, determinada por su volumen e
intensidad, lo que afecta a la escorrentía y a los arrastres de suelo por
erosión.
En la Cuenca del San José, considerando este
factor y utilizando la Ecuación Universal de Pérdida de Suelo, que toma en cuenta,
además, la resistencia propia del suelo orgánico, el declive y el largo de las
laderas, calculamos unas 7 toneladas anuales de pérdida en los suelos negros de
lomas, tradicionalmente cultivables, siempre que se practiquen buenas medidas conservacionistas,
que incluyan rotaciones largas en pasturas. En años de lluvias extremas la
pérdida crecería a 10tt.
En el caso del uso con pasturas permanentes,
la perdida es menor a 7, aun en años extremos, lo que está dentro de lo que el
suelo recupera naturalmente.
Los suelos más superficiales, pedregosos, de
relieve fuerte, tradicionalmente pastoriles, para mantener un rango recuperable
de pérdida, menor a 5tt/ha/año, deberían mantenerse con no más de 10% de suelo
desnudo.
Si se
cultivaran, aun con prácticas conservacionistas, la perdida sería de 20 tt en
años normales, aumentando a 28tt en los extremos.
Si no existen prácticas de conservación, en
años normales se perderían 25 tt en los cultivables y 48 tt/ha/año en los
pastoriles.
La
invasión del laboreo de los suelos con vocación pastoril, que ocurre cuando los
cultivos o el tambo se hace más rentable que el pastoreo, tendrían la lógica
consecuencia de pérdida de calidad del recurso, y en adición la colmatación
de las vías de drenaje, aumentando el riesgo de inundación, con aguas
turbias cargadas de sedimentos.
La colmatación con sedimentos de la planicie
de inundación del San José y sus afluentes, viene desde el incremento de la
agricultura en el siglo pasado lo que dejó cicatrices en las chacras, como
pérdida de fertilidad, zanjas y desniveles.
Estos cálculos de pérdidas pueden extenderse
a toda la cuenca del Río San José, de 358.000 ha de superficie, 1860 km de cursos
de agua y una composición aproximada a 60% de suelos cultivables y 30 % pastoriles.
La gestión territorial para reducir las malas
consecuencias de los excesos y déficits de agua, así como para para planificar
el manejo sostenible de los recursos naturales, debe
encararse desde el operador natural: la cuenca.
Esto desde decisiones multinacionales del
Plata, regionales del Santa Lucía y subcuenca del San José y de los arroyos (Carreta
Quemada, Mahoma, San Gregorio, Mallada, etc.), hasta las microcuencas de composición
multipredial.
Por último y no menos importante, las
prediales, donde la ventaja consiste en que las decisiones son personales, menos
complicadas. En este caso una decisión importante es el cuidado de las
concavidades, potenciales reservas de agua y frágiles a la erosión.
Cuando trasciende el predio, debe existir coordinación
entre los organismos competentes del Estado, Cooperativas y porque no de la Intendencia
extendiendo la función de las Alcandías, en cuanto al uso racional de la
tierra, cominería, reservas comunes de agua, planes y turnos de riego.
En esta problemática, la Obra Pública debería
tener una fuerte apuesta presupuestal como Proyecto de Estado, dado el alto
costo de las obras de reserva, de agua, corrección de cauces y reasentamientos
humanos. Esto resulta menos atractivo al sistema político que el asistencialismo
coyuntural.
Como complemento educativo, incorporando
conceptos de gestión territorial en todos los niveles, como Geografía Activa.
En San José existe una buena oportunidad en este sentido, en la Cuenca del
Mallada, con una óptima posición de la Estación Meteorológica y centros de
enseñanza en su margen, lo que posibilitaría poner en práctica un modelo de
gestión participativo.
Publicado en Diario Primera Hora de San José el 17de abril del 2024
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