Un día, el agradable
olor a tierra mojada marcará el inicio de mejores tiempos. El paisaje se llenará
de beneficiosas lluvias, lentas y abundantes, “caladoras”, diferentes de las
torrenciales y erosivas.
Los
vegetales se liberan del polvo abriendo sus estomas, las raíces dispondrán de
abundante oxígeno, agua y nutrientes, e irán volviendo al crecimiento, al
compás de las variaciones térmicas. Tarde para aprovechar las de verano, con un
futuro de heladas.
Producción
pastoril que ha sufrido perdiendo aguadas, con pasturas en marchitez, aunque
con gran potencial de reacción, sobre todo las naturales, con semillas y
rizomas adaptados. La alta nitrificación favorecerá esa recuperación.
Agricultura
con pérdidas y riesgo de rentabilidad, horti-fruticultura apremiada por
agotamiento de reservas para riego y deterioro en la calidad de sus productos. Forestación
con alguna reducción en volumen de madera, con más preocupación por el riesgo
de incendios sobre todo en aquellas áreas donde la previsión no es ideal.
Luego de la
recuperación, será buen momento para ver el futuro con otra mirada, e ir
planificando, entre otras cosas, el manejo de la próxima seca, y por qué no, de
los excesos hídricos, ya que las medidas de mitigación apuntan a procedimientos
similares.
Con tiempo,
sin necesidad de recurrir a obras de urgencia, que como tales serán
imperfectas, al igual que los apoyos financieros de urgencia que como tales,
resuelven la apremiante actualidad dejando las soluciones de fondo para el
futuro, con riesgo de olvido.
Soluciones
que deberán encararse como Política de Estado y deberán sostenerse con un nada
pequeño presupuesto en el 2025.
Hoy desde el
Estado, repite el eslogan “el cambio climático está instalado”, para justificar
la endémica falta de previsión. Los cambios son algo a lo que el hombre a
debido adaptarse y superar, desde siempre. Preferimos el viejo dicho “se plantó
una seca.
Con los
avances tecnológicos debería ser más fácil, aunque la excesiva presión
productivista sobre la tierra nos pone en dificultades. Más cultivos, menos
agua en el suelo.
La tierra
tiene una capacidad productiva que principalmente depende del suelo y el agua,
factores que podemos manejar. Sobre el clima, muy variable en nuestra región,
poco podemos actuar, aunque cada vez contamos con mejores predicciones.
Es fundamental
una buena selección de cultivos, que en ocasiones se hace por la metodología
“prueba y error “, siendo que debe hacerse conociendo la necesidad de
desarrollo radicular de los mismos. Nuestros suelos tienen espacio para las
raíces variable, desde pocos centímetros hasta varios metros y son capaces de
retener desde pocos litros por m2 (mm), hasta más de 300. Los cultivos leñosos,
en adicción al suelo orgánico, aprovechan el agua del sustrato y las napas.
Las medidas
para prevenir o mitigar los déficits hídricos pueden ser de diferente
intensidad y costo; todo suma.
La acción
elemental es reducir escorrentías, en campos, cultivos y en la caminería,
aprovechando toda oportunidad de almacenamiento para riego y aguadas, además de
valorar las posibilidades de agua subterránea y por qué no, de grandes
volúmenes como el Rio de la Plata.
A nivel de
predio, lo básico es la conservación del suelo, practicando los laboreos y la
circulación en pendientes menores a 2%.
Máxima
cobertura posible del suelo con conservación de rastrojos y residuos, manteniendo
empastadas las concavidades y concretar reservas de agua, técnicamente bien
diseñadas, nunca improvisadas por operarios sin idoneidad.
Estas
depresiones con tajamares y pequeñas presas, posibilitan además de aguadas y
riego, una fuente alternativa en el caso de incendios. Esto es importante en
cultivos forestales que deben dejarlas sin plantar, favoreciendo los sistemas
silvopastoriles. La utilización de molinos de viento consideramos que crecerá
en el futuro.
El
terraceado, además de reducir la erosión del suelo, favorece el almacenaje de
agua. De hecho, se utiliza con esa finalidad en países con climas secos. Sin
embargo, es una práctica que exige alta responsabilidad en su diseño y
mantenimiento, ya que un mal cálculo propiciaría un zanjeado severo.
Trascendiendo
al predio, la unidad de acción, a nivel nacional y regional y considerando que
debemos gestionar flujos y reservas de agua, debe ser la cuenca hidrográfica,
dejando en segundo plano las divisiones políticas y las regionalizaciones por
cultivo.
Desde las
mayores, responsables de la reserva hidroeléctrica y del uso humano, hasta las menores,
donde debe organizarse el acceso al uso agropecuario, tanto para el caso de
aguas fiscales como privadas. Tenemos experiencias, como en la Cuenca de la
Laguna Merim como gran proyecto, el funcionamiento de Juntas de Riego y
Sociedad de Regantes, además de propuestas como por ejemplo para la cuenca del
Cuareim.
Es muy
importante el enfoque en Microcuencas, experimentado por PRENADER a fines del
siglo pasado en la cuenca del Santa Lucía, para posibilitar el desarrollo de
reservas multiprediales de agua para predios pequeños, como por ejemplo en
colonias del INC.
El país ha
desaprovechado un gran volumen de información utilizable para la gestión del
recurso suelo-agua.
A título de
ejemplo, en relación a las características y cualidades de nuestros suelos, los
mapas de CONEAT y cartografías afines han sido utilizados solamente para venta
de campos y cálculo de contribuciones inmobiliarias, sin perjuicio de una
positiva Regionalización Forestal.
A principios
de siglo se publicó el documento “Plan de Acción Nacional de Lucha Contra la
Desertificación y la Sequía”, que debería ser, actualizado y mejorado, un insumo
de referencia con el propósito de una mejor gestión, con actores públicos
coordinados: Hidrografía, Medio Ambiente, Recursos Naturales de MGAP, Consejo
Nacional de Intendentes.
Ooooooooooooooo
En nuestro
departamento contamos con una interesante posibilidad para crear conciencia a
nivel bachillerato, respecto al funcionamiento de una cuenca. El Arroyo Mallada
cuenta con aforo de lluvias en sus nacientes, posibilidad de aforo en varios
puentes y un conglomerado docente a la altura de Massini.
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