El hombre, desde
sus orígenes, ha sido por naturaleza cazador y recolector, en procura de
alimento, vestimenta y en ocasiones protección.
Por lo tanto,
tenemos en el ADN ese instinto que nos conduce a distintas conductas, de
acuerdo a necesidades, ética y moral.
Son muchos
los pueblos que son dependientes en mayor o menor grado de esta actividad para
consumo directo, como es el caso de pescadores y cazadores de regiones remotas,
alejados de todo servicio.
Nuestro país
siempre ha sido un proveedor de peces, perdices, martinetas, huevos de ñandú,
mulitas, capinchos, nutrias, apereá, lo que ha llevado a ir reduciendo esa
población, al igual que las liebres, estas últimas diezmadas luego de un
emprendimiento particular para comerciarlas.
En todo el
país, desde los centros poblados, cazadores y pescadores tienen en esto un
complemento a la olla familiar.
La protección
de la fauna se ejerce para algunas especies y se hace efectiva solamente cuando
se trasladan fuera del predio, algo similar a lo que ocurre con la madera
autóctona.
En el caso, sobre
todo de pájaros, el objetivo es comercializarlos internamente y en el exterior.
Es de mucho menor escala en relación a lo que sucede en otras partes del mundo,
donde el contrabando de fauna y la pesca pirata tienen dimensiones
inimaginables. Es el espacio donde actúan como freno, numerosas organizaciones protectoras
del ambiente y la vida.
Va desde las
cacerías de grupos familiares o amigos, típicas de nuestro asueto de turismo,
hasta los safaris de caza mayor, ejercido por gente poderosa. En todos los
casos, el factor común es el placer de derribar algo vivo, dejado de lado
mejores prácticas, de carácter deportivo, olímpico, como el tiro al blanco fijo
o móvil, con diferentes armas. Algunos llegan a extremos sicóticos, como mercenarios
en las guerras.
En nuestro
país, a mediados del siglo pasado, la caza era una actividad muy común para la
comunidad de emigrantes europeos, siendo la escopeta 12 de dos caños el arma
más popular, tras liebres, perdices y las hoy casi desaparecidas martinetas.
En
campamentos más “criollos”, se sumaban capinchos, ciervos y la mulita especie
muy perseguida. Recordamos, hace unos 40 años, una “barra” se jactaba de un
botín de 140 mulitas en campos de granito descompuesto al este de Florida, muy
propicio para sus cuevas.
Cuando se
realiza en el marco de una normativa o reglamento, se denomina cinegética, algo
así como arte de la caza, una actividad que de todas maneras no debe considerarse
deporte.
La cinegética sería la forma más civilizada, ya
que, al establecerse un reglamento con límites y habilita la competencia con
sus trofeos. En nuestro país el ejemplo más claro es el concurso de pesca.
Como
antecedente, la caza del zorro, la del faisán al norte de Italia y las
monteadas españolas.
En este
marco el Ministerio de Ambiente debe determinar especies cinegéticas, las aptas
a ser cazadas en procura del equilibrio del ecosistema y también el escenario, los
campos cinegéticos o coto de caza habilitado, que es donde esto es viable.
Los campos
donde no se asegura este equilibrio, son meros cotos de caza clandestinos, el
más común.
El desarrollo
del turismo propicia desarrollar esta actividad y se promocionan cotos, sobre
todo de presas mayores como el ciervo axis y el jabalí. También en esa
búsqueda, para ejercer el tiro a algo vivo, se han cultivado cereales para
atraer palomas y cotorras. Matanzas de zorros, jabalíes y ñandúes las
justifican en el marco del control de plagas. Como asegurar que en el futuro no
integren a los perros cimarrones mestizos.
Hoy día, la tecnología brinda armas
sofisticadas con láser e infrarrojo de visión nocturna, lo que asegura mayores bajas,
propiciando un escenario más violento, donde será difícil proteger el
ecosistema. ¿Cómo garantizar que allí no termina un solitario ejemplar de
especies casi extinguidas, como gato del pajonal, aguará guazú, coatí, vanado,
guazubirá?
Si bien el
Ministerio de Ambiente conoce las especies a proteger, consideramos que todavía
es incompleto el conocimiento que pueda tener de la composición y dinámica de
los ecosistemas como para asegurar que estos cotos no tienen un efecto negativo.
Preferimos
el turismo de las fotos y los videos al de cacería, proclive a desbordes.
Convoca mi empatía todo ser vivo transformado en presa, sabiendo que tiene los
mismos valores que la mayoría de los humanos: protección a la familia y a su
sitio en la tierra.
Los seres
humanos, con el poder que nos da el raciocinio, tenemos todas las posibilidades
para defendernos de los terribles males que nos afectan, fruto básicamente de
la inequidad.
Por suerte,
con mayor frecuencia, observamos que las nuevas generaciones defienden la vida
de los más inocentes, a través de Organizaciones Ambientalistas y Animalistas.
Foto: nutria gigante. Fuente:internet
Publicado el 28 de junio del 2022 en Diario Primera Hora de San José bajo el título "La Caza. ¿Deporte?"
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