Llegué a él hace 55 años, con
motivo de mapear los suelos para construir CONEAT. Era la base de lo que se
entendía un impuesto justo, que gravaría la tierra según su capacidad
productiva, siguiendo lo recomendado por la CIDE. Fue instrumentado, con todos
los recursos necesarios por la administración que desde el MGA lideraba Wilson
Ferreira.
Siendo diferentes, siempre
percibí este valle tan mágico como el del Lunarejo.
Llegando desde el sur por el
Camino a Guaycurú, luego de atravesar los arroyos Pachina, Jesús María y Sauce,
recorriendo tierras diezmadas por la agricultura minifundista que sostenía gran
parte de la población del Departamento, se llegaba al Coronilla.
El camino entre gravilloso y
lodoso, recibiendo desde Panta, El Cerro, Paso del Rey, Rincón de Carballo y
otros parajes, senderos de gredas negras que traían carros y chatas con pocos
tarros de leche, entre un paisaje de parvas cónicas.
Recorrido incansablemente por el
ómnibus casi legendario que, sumado a 4 escuelas y 3 comercios, era el
servicio básico de los vecinos.
Pasando el Coronilla, ya entre
afloramientos rocosos que provocaban pequeños saltos de agua, se abría un paisaje
intocado, de enorme biodiversidad, resultado de gran variabilidad geológica y
suelos, entre rocas granitoides, metalavas, pizarras, dolomitas, filones de
cuarzo, y variados coluviones de rica mineralogía. Con suelos desde negros y
francos hasta pardo rojizos gravillosos, de variada rocosidad, alineada o
esferoide, siempre con buen espacio para las raíces.
Desde el norte el San José
buscaba paso desde Pintos a través de la Sierra Guaycurú hasta El Cautivo, enriqueciéndose
con las aguas del Mahoma y el Guaycurú desde Colonia y del San Gregorio del
lado oriental.
Como iconos paisajísticos, la
Sierra Mahoma con sus bochas de piedra y variada flora y la de Tía Josefa de
afloramientos alineados y pobre cobertura vegetal.
El campo natural de Guaycurú era
reconocido por su productividad, justificada por suelos coluviales de hasta
6-8% de materia orgánica, mantenidos por pastoreos conservacionistas.
Comparable con otros como Valle Fuentes, Sobas, Tornero, entre otros.
Esto justificó una estación del tren de los ingleses, en la actualidad menos que tapera.
Esto justificó una estación del tren de los ingleses, en la actualidad menos que tapera.
La explicación, la calidad de las
pasturas naturales, fundamentalmente gramíneas y leguminosas ricas en
nitrógeno. con gran capacidad constructora de suelo.
Conocimos muy hospitalarios
vecinos que facilitaron nuestra labor, entre los que recordamos particularmente
a Machiavelo y Sholdere.
Ya a fines de los 60, las políticas
progresistas del gobierno de Gestido- Pacheco propiciaron soluciones de
vivienda con INVE y también un avance de la agricultura, convirtiéndose las
disqueras en un arma degradante. Importantes medianeros entre los que
recordamos a Banchero, incursionaron en la zona desde Soriano.
La agronomía fue atemperando la degradación
agrícola al propiciar la rotación con praderas, inoculación de leguminosas,
pastoreos rotativos y ensilaje.
En la vertiente oriental, sobre
los ricos suelos vecinos a La Herminia, supimos conocer promisorias especies
forrajeras como el Lotus Tenuis y la Festuca rizomatoza, surgidas en esos
campos y con valor conservacionista.
Para los 90 el arma degradante dejó
de ser el disco y comenzó la era del glifosato, quemando sin discriminar
calidad de pasturas.
La riqueza del valle alentó el
hambre por minerales y han sido innumerables las solicitudes de prospección,
las que, por suerte, han quedado en algunas inofensivas y valiosas canteras de
granito negro y las olvidables cicatrices de la lamentable aventura por el oro.
La vid buscó en la zona nuevos
sitios para desarrollar vinos de marca local y a su influjo también se
propiciaron proyectos turísticos que se sumaron al Mar de Piedra de Sierra Mahoma, puesto en escena por nuestro recordado profesor Jorge Chebatarof.
Ha quedado sin plantearse,
desarrollar el turismo relacionado a los circuitos históricos, como el pasaje
del éxodo, el viaje de Larrañaga, Paso del Rey y la cuna de Wenceslao.
ooooooooooooo
Hoy, el hambre de celulosa
desvirtúa la idea de una forestación artesanal en armonía con el pastoreo y la
agricultura, para producir madera de carpintería y viviendas.
Incluso la industria nacional del
papel, desarrollada a una escala menos invasora, ha desaparecido.
Originalmente, el ordenamiento territorial
forestal del país, basado en Grupos CONEAT, determinaba como prioritarios para esta
zona, las costas del San José y los suelos sobre afloramientos rocosos
alineados como los de la Sierra Guaycurú (5.01c).
La incompatibidad entre una forestación
aledaña al río y la conservación de los montes nativos, determinó que esas
tierras costeras salieran de la lista.
Los suelos más pobres y menor
disponibilidad de agua como los de la Sierra Guaycurú, no son buscados para
forestación, pero sí los más fértiles en competencia con el uso pastoril.
La industria celulósica ha demostrado
gran poder, por lo que somos pesimistas respecto a que puedan tener límites
para aumentar sus plantaciones monoespecíficas y coetáneas de eucaliptus, que
con su goteo y pobre hojarasca serán incapaces de sustituir a las pasturas como
constructoras de suelo.
La agronomía y las ciencias
ambientales deberían atemperar los potenciales daños de esos cultivos
forestales propiciando la capacidad de resiliencia de las pasturas naturales y
así asegurar la sustentabilidad del sistema pastoril.
Una solución es el silvopastoreo,
en base a mantener las mejores áreas pastoriles sin plantar para lo que se hacen
necesarias evaluaciones agrostológicas, incuyendo los campos naturales y los regenerados.
Es algo difícil de ser aceptado
por los actuales sistemas de producción forestal, que tratan de ocupar máximas
superficies, muchas veces ocupando concavidades con riesgo de erosión, usando
glifosato, evitando el cultivo a nivel y con una circulación de maquinaria
pesada provocadora de huellado.
El Lunarejo tiene la ventaja de
ser un área protegida.
La destrucción de nuestros campos naturales sin darle posibilidades de recuperación, es comparable a la de bosques de otras latitudes.
La destrucción de nuestros campos naturales sin darle posibilidades de recuperación, es comparable a la de bosques de otras latitudes.
En cultivos celulósicos jamás se logrará el piso forestal biodiverso como el de la siguiente imagen con sus horizontes orgánicos (O1-O2).
Las mayores ganancias para las
multinacionales de los alimentos, la celulosa, las maquinarias robóticas, los
biocidas, la manipulación genética y la propaganda generadora de falsas
necesidades.
EMail: juancasganga@gmail.com uy
Publicado en Diario Primera Hora el 5 de junio del 2020
EMail: juancasganga@gmail.com uy
Publicado en Diario Primera Hora el 5 de junio del 2020
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