Cuando en
octubre observamos chacras inundadas por intensas lluvias, arrastrando suelos y
cultivos, volvimos como tantas veces, a reflexionar sobre la mejor forma de
planificar la conservación del recurso.
Consideramos
que el técnico asesor y el propietario, deben planificar con la base de conocer
las características y cualidades de la tierra, esto es pasando por el contacto
directo con la misma, taladrando y viendo la respuesta de los cultivos. Un mapa
de suelos predial resulta valioso, aunque la observación directa y el registro
de los cambios es insustituible.
Bienvenido
el apoyo de las imágenes remotas, los modelos de predicción y los datos de cartografías
de escala regional y nacional, a efectos del diagnóstico que permita ese Plan,
que debe ser continuo, enriqueciéndose con las experiencias que se vayan
recogiendo.
La EUPS es
una excelente herramienta para organizar ese diagnóstico y las medidas a ir
incorporando al Plan, pero no deberíamos conformarnos con un resultado que lo
avala todo.
Vale para
todo tipo de cultivos, con excepción de los leñosos, cuyos procedimientos de
plantación (y de cosecha para los forestales), involucra cuidados especiales en
el manejo de los escurrimientos y minimización del huelleado provocado por las grandes
máquinas, sobre todo en sierras y colinas.
Siempre
opinamos que los valores considerados en la EUPS ameritan una valoración para “corregir”,
mejorando lo que ofrecen las tablas para los cultivos y sus rotaciones.
Seguramente con apoyo de la observación y la Edafología.
Lo menos
opinable es el factor topográfico LS, con tablas resultado de larga
experimentación en la dinámica del agua en el paisaje, base de las obras de
reserva y drenaje a todo nivel y uso.
Es un factor
manejable, al poder disminuir el largo de las laderas con terraceado, extremo
indeseable si no se garantiza un buen cálculo, seguimiento, control y un
desagüe seguro.
Para la
erodabilidad del suelo (K) se cuenta con una propuesta en base a la ponderación
de varios factores y experimentación con simulador de lluvias.
Sin embargo,
la complejidad respecto a la interacción de esos factores y su evolución, hace
que en muchos casos hayamos utilizado valores algo diferentes a los de las
tablas.
En algunos casos,
para algunas realidades, pretendimos mejorar esa condición bajando la
erodabilidad en sitios con suelos de textura gruesa o fuertemente estructurados
en superficie, donde se observaba buena infiltración.
Aumentamos
ese riesgo en el caso de chacras donde se asocian baja estabilidad estructural,
sodicidad, texturas limosas y notorio flujo subsuperficial de agua.
El uso y manejo
del suelo (CP), pone a prueba la capacidad de los usuarios para minimizar los
riesgos, en base a mantener el suelo con cobertura vegetal cerrada el mayor
tiempo posible, con rentabilidad sustentable. En esto, la capacidad protectora
de los rastrojos es importante y algunos como los de la soja son ineficientes.
Lo mejor es
la pradera cerrada y el bosque. El silvopastoreo salvando los riesgos de
instalación y cosecha, es sin duda conservacionista.
Los bosques,
con intercepción total de la lluvia debido a la cobertura total del suelo en
varios estratos, regeneración natural, cosecha selectiva y protección legal (en
el caso de los nativos), están virtualmente libres de riesgo ante lluvias
erosivas.
La
tolerancia a la pérdida de suelo (T), tiene que ver con su propio volumen,
aunque fundamentalmente depende de la capacidad de construcción que el uso y
manejo le vayan aportando, en base a medidas fundamentalmente biológicas y el aprovechando
de las mineralogías favorables (ricas en calcio), además del aporte de residuos
con relación C/N baja y la instalación de organismos benéficos.
Respecto a
la erosividad de la lluvia (R), consideramos que es exagerado manejar para el
norte del país un riesgo que casi duplica al del sur, donde una menor
frecuencia de eventos extremos no justifica jugar a la ruleta rusa, sobre todo
en otoño y primavera, al momento de instalar cultivos.
Esa alta
erosividad del norte hizo que Leonel Falco, en los primeros avances de la
cartografía de Tacuarembó, calculara utilizando la EUPS, una casi nula disponibilidad
de tierras seguras para la agricultura en esa región. Sin duda que el relieve
pesó significativamente en ese cálculo, válido también para muchas de las
tierras de colinas y lomadas fuertes en el resto del país, con la excepción del
Fray Bentos.
Eventos como
el de octubre han sido frecuentes. Desde nuestra memoria sumamos otros particularmente
graves.
En Colonia
Española se recuerda la “lluvia del viernes santo” del 90, con unos 140 mm en
2-3 horas, que arrasó suelos además de cultivos de pradera recién sembrados.
También
tenemos en la memoria un evento anecdótico en ocasión de estar en una gira de
Extensión en Estanzuela en 1962. Ante un diluvio que inundaba los campos, luego
de una seca, un profesor bromeó, manifestando que ese evento probablemente
daría más beneficios al país que nuestra futura actuación.
No hubo entonces la capacidad de respuesta que
hoy tendríamos, pero las chacras se siguen erosionando cuando las abaten
fuertes lluvias, las que también dan como resultado inundaciones muy rápidas,
con flujo de barro, con riesgo para la gente, destrucción de calzadas y daño en puentes, como hemos
observado cuando se unen el Coya y el Rosario, el San José y el San Gregorio,
los dos Santa Lucía, el Yi y el Mansavillagra, entre otros.
Lamentablemente,
en las propuestas de protección ambiental tienen más prensa las cianobacterias
y la erosión natural de las costas.
Con mayor visibilidad que los nuestros, vemos a
los agricultores del litoral argentino que, con la ventaja de tierras casi
planas de fértiles chernozems, promueven, en adición, el control de malezas, la
conservación y construcción del suelo, con cultivos protectores como por
ejemplo el centeno y la Vicia villosa, favoreciendo los cultivos de verano.
Con gran
frecuencia utilizan la Edafología y hablan de clases de capacidad, de organismos
benéficos, de aireación del suelo, polinización y conservación de la biota
en general.
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