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GEOMORFOLOGÍA : BASE DE LOS MAPAS DE SUELOS

Entender la relación existente entre geoformas y la distribución de los diferentes suelos en el paisaje, es fundamental para construir la cartografía.

Mucho mejor entender los procesos que modelan el relieve, pues éstos se relacionan con los factores de formación del suelo, las propias geoformas, la geología, el clima, la biota y fundamentalmente, el tiempo, del que depende la génesis del mismo, desde el primer instante cuando arraiga la primera planta, hasta su destrucción.

Observar estos fenómenos es un verdadero viaje a los diferentes paisajes, de curvas convexas o cóncavas, planos altos, bajos o inclinados, rocas chicas, grandes, redondas, foliadas, alineadas o al azar, valles abruptos, escarpados o sinuosos, de vegetación escasa o densa, variada o uniforme, combinando sus verdes con los rojos, pardos, ámbar y negros del suelo, afectados por los vientos salinos o las intensas heladas, con o sin gente.

Entender el porqué de estas variaciones, es el desafío que tenemos desde que en 1965 comenzamos con los mapas de suelos. Desde entonces, todo viaje fue motivo, desde la ventanilla del auto o el ómnibus, para tratar de ver más allá de la superficie terrestre, en profundidad.

Algunos paisajes son muy expresivos, como los de los incelbergs mesetiformes de nuestro noreste o los del desierto norteamericano, con sus planos inclinados coluviales, evidenciando el retroceso erosivo de la altiplanicie original.

Hoy día, el fácil acceso a las documentales, es un privilegio para el ejercicio de imaginar la posible génesis de lo que vemos.

En nuestra iniciación como mapeadores, recorriendo las lomadas suaves del sur de San José, repasábamos las pautas creadas por los coordinadores Hugo da Silva y Abrham Kaplan, simple como la homogeneidad de la roca madre, que entonces llamábamos Arazatí: A1 altas casi planas con Praderas Negras, A2 altas convexas con Grumosoles, A3 laderas medias con Praderas Pardas, A13 laderas bajas con Praderas Planosólicas, A4 planicies de Planosoles y los A5 o D5 de los Gley Húmicos.

Después se fue ampliando con el Raigón, R1, R2, R3 y el Basamento Cristalino que incorporó los Regosoles del B12 y las fases de rocosidad.
Toda esa etapa con Leonel Falco, haciendo topointerpretación, ya que lo que se tenía eran las excelentes cartas topográficas del Ejército, que nos permitían un mapa al 20.000, que incluía grandes caminatas, aprendiendo del contacto próximo con el relieve.

Cuando se inició el relevamiento total del país para CONEAT, se fue a una escala de menor detalle y hubo complicaciones. En el Libertad, que así le llamábamos desde entonces al Arazatí, se consideraron unidades más complejas, separando lomadas de diferente energía de relieve, 2Lom, 3Lom, que parecían útiles, no así en el Cristalino y no prosperaron.

Tardamos un tiempo en entender que la misma lógica de los cerros mesetiformes era aplicable a las rocas blandas del Sur y que allí los coluviones o glacis son largos y de poca pendiente, siendo más fértiles si es Fray Bentos el que aporta materiales y menos si está presente el Raigón.
En la región del Basamento, con Ricardo Brasesco y el Agrónomo inglés Christopher Hatten, que tenía bases en geomorfología, resolvimos el problema, determinando simplemente áreas de erosión, de acumulación y de alteración y descubriendo por primera vez, la cobertura de Lodolitas, asimilables al Libertad, sobre las rocas cristalinas.

 Los perfiles cilíndricos extraídos con la “Maquina Negra” en la 4ª Sección de San José, mostraban sin lugar a dudas que existía una capa sedimentaria limo arcillosa con gravillas de cuarzo, sobre un regolito cristalino anfibólico que no contenía ese mineral.

Así surgieron, en áreas de erosión el Puntas de San José, los 5.02 del CONEAT, base del San Gabriel – Guaycurú de la generalización del Millón. También La Carolina en suelos de Lodolitas, los 10.12 cuando eran de mayor espesor y 10.3, Carreta Quemada, en las más delgadas, base de La Carolina del “Millón” en la Cuchilla Grande y del Isla Mala hacia el valle del Santa Lucía.

  Las áreas poco extensas de alteración o de cortos coluviones gravillosos, quedaron integradas a las de erosión, con suelos rojizos, los 5.3 de Talita y otras localidades. Estas situaciones mostraban la importancia de la litología, con suelos más fértiles en los regolitos de rocas oscuras, más alterados, de mineralogía ferromagnesiana o cálcico potásica y más pobres en los más cuarzosos.

Otro aspecto que siempre resultó apasionante, es el de las cuchillas con altas planas: presencia de pequeñas áreas planas en la cima, con ojos de agua y que mostraban los suelos más diferenciados, más evolucionados, evidencia de antiguos planos de coluviación regionales de Lodolitas.

Asociado a estas, laderas con discontinuidades, que presentaban niveles pedregosos en la base del horizonte A, sobre el Bt y que al sur de la Cuenca del Santa Lucía se integraban, al menos conceptualmente, a los antiguos aluviones pedregosos del Raigón, originados en un enorme torrente pliocénico precursor del Santa Lucía, tal como me lo mostraba Danilo Antón.
A los aluviones del Cristalino los vimos consistentemente heterotexturales, franco arenosos, a veces pobremente auríferos como en el Soldado, de colores grises, contrastando con los del alto Uruguay, donde pudimos observar la alternancia de niveles arcillosos negros de origen basáltico con los rojos lateríticos provenientes del norte.

Los compañeros Ruben Puentes y Jacobo Piñeyrúa abordaron el norte del Cristalino. Yo al sur, entrando hacia el este en el valle alto del Santa Lucía y del Solís Grande, región en la que cada gira era un nuevo aprendizaje.
Cuando se elaboró la Carta al Millón, determinamos la semejanza de estos valles, al oeste de Sierra de Ánimas, con los serranos cerrados como el de Aiguá.
El límite ambiguo entre las colinas de la Zona CIDE 2 y de la 5 era difícil de determinar y en última instancia aceptamos que la cobertura con Lodolitas, aunque fuesen de poca extensión, era privativo del Cristalino.

 Cuando la transición era, como en Aguas Blancas, entre sierras y lomadas, la separación era clara, pero interesante: el glacis de textura fina, inclinado al oeste que caía de la sierra es sódico, evidenciando alteración de albita y otros feldespatos con sodio.

La movilidad de iones en relación a los desplazamientos del agua, fue el último trabajo del Profesor De León y lo compartimos junto a Ricardo Cayssials, Eduardo di Landro y un grupo de la Facultad de Ciencia: Geoquímica del Paisaje.

 El carácter sódico era común en las planicies del Libertad, no en áreas cristalinas. En esa época comenzábamos a manejar la posibilidad de enriquecimiento con sodio desde el mar y fue una característica que ayudó a separar Toledo de San Carlos en el Millón.

Los arroyos que bajan de la sierra presentan cantos rodados holocénicos, como los que se ven en Paso Fabini al igual que el Santa Lucía a la altura de Arequita.

El valle pliocénico del entonces enorme y torrentoso Santa Lucía dejó en sus nacientes cantos grandes que llamamos Solís, el 09.2 de CONEAT, asimilable a la Formación Salto del rio Uruguay. Aguas abajo las fracciones se afinan, siendo areno gravillosas primero, lo que llamamos Raigón, el 09.4 de CONEAT y casi arenosa cerca del Plata, como en Parador Tajes.

El alto Solís Grande deja al descubierto sedimentos más antiguos, de fracciones rocosas grandes de poco transporte, pie de monte con brechas y conglomerados cámbricos del Grupo Barriga Negra, que afloran en Estación Solís y en curva de la Muerte, los 9.8 de CONEAT. Más al norte esta formación se integra a la Zona CIDE 2 y hasta donde sabemos, aún no la registran los relevamientos.

Llegamos a observar cerca de Salus, una larga ladera coluvial con grandes rocas tipo glacis pedregoso en su parte alta y que se va afinando texturalmente al descender, hasta ser arcillosa con suelo vértico en la parte baja, donde se plantaban los pomelos de la empresa. Una típica secuencia: 2.10--2.11b--2,11a--2.12--2.22.

Lo reconocido en el sur oeste de Lavalleja quedó lamentablemente fuera de la publicación del 100.000 de Canelones, aunque estaba al mismo nivel, expresada en fotos 40.000, en planillas de descripciones y en la caracterización de algunas Series, como Ortiz con génesis basáltica del Puerto Gómez, Gordillo un típico 2.12 CONEAT de esa región, la fértil Villa del Rosario, Paso Álamo un raro Luvisol, etc.

Las rocas efusivas con presencia en la región provocaban una heterogénea combinación con el Cretáceo Inferior de la Formación Migues, el Libertad y aforamientos cristalinos, en Ombúes de Bentancour.

En 1970 todavía los suelos rojos de Migues, tenían un intenso rol social y productivo. Cuando llegamos por primera vez fue sorprendente ver áreas pastoriles, raras en el departamento, rodeadas de heroicos minifundios sosteniendo la moribunda industria azucarera, con bueyes roturando la tierra y hombres y mujeres, éstas con lo cabeza cubierta con pañuelos blancos, carpiendo y recolectando.

En muchas zonas del país asociábamos los suelos rojos a presencia de oro. Aquí el oro estaba en los suelos de texturas livianas, fáciles de trabajar, con una mineralogía que le confería alta fertilidad y materia orgánica a pesar de la textura. El cordón de Aquiles estaba en las fuertes pendientes y la remolacha. Hoy viven los Eucaliptus.

El centro y este de Canelones, el Libertad de gran espesor, mostraba un relieve de cuchillas más suaves, con Vertisoles en la cima, que alentaban a Hugo da Silva y Daniel Panario a plantear la teoría de inversión del relieve: la montmorillonita de nuestros Vertisoles se debió generar en bajos húmedos y al disectarse el relieve ahora aparecen en la parte alta de las cuchillas.

Este panorama se extendía a todo el noreste de Canelones y suroeste de Lavalleja, donde los procesos erosivos alcanzaban al suelo y aún más, modelando el relieve en los lugares de fuerte pendiente. Por esa razón los Fluvisoles son arenosos, como los de las Series Arroyo Solís y Sauce Solo del Solís, al igual que Planosoles asociados, como Paso Real. En contraste, la Serie Arroyo Pando es arcillosa.
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En los últimos años, retirado al sureste de Colonia, no abandono la costumbre de siempre, conducir mirando de reojo los cortes de camino, tratando de comprobar si la última fuerte pendiente, antes del Plata, es la continuación de las de Kiyú o saber dónde están los suelos del limo naranja, el nivel superior del Raigón, que opinamos genera los mejores suelos de Colonia Wilson y suroeste de Montevideo, además de material cerámico.

Antes eso era un riesgo, mirando al mismo tiempo la foto aérea. Es más seguro caminar la playa y recorrer los sedimentos turbosos apoyados en el Raigón, que se dejan ver cuando hay bajante y encontrar tal vez, algún fósil o un tesoro.

A Lucía en sus 15





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